“Musealiak: microespacio patrimonial” un proyecto compartido porque el patrimonio lo hacemos todos.
¿Por qué elegimos unos objetos de la vida cotidiana para preservarlos para las generaciones futuras y otros no?
¿Por qué un juego de café cuando deja de ser funcional puede llegar a entrar en la colección de un museo?
Sin duda estas cuestiones forman parte de las funciones de los museos y centros de patrimonio que se dedican a salvar aquello que consideramos valioso para las sociedades del futuro. Pero no solo es tarea de ellos, todas las personas deben reconocer y velar por el patrimonio cultural que han heredado.
Con este proyecto, y en el marco del programa de visibilizar el trabajo que hacemos los profesionales del patrimonio, de dotar de reconocimiento social a las colecciones de los museos, de fomentar la apropiación social del patrimonio colectivo y de estimular la conciencia sobre la importancia que tiene que entendamos que la conservación del patrimonio cultural es labor de todas las personas y es un elemento fundamental de identidad de una colectividad que debe contribuir a fortalecer la cohesión social y la integración de todos los patrimonios de los colectivos reunidos en un espacio geográfico.
Pero el proceso de musealización no consiste solamente en tomar un objeto y colocarlo en una vitrina del museo sino que el proceso de musealización consiste en investigarlo, documentarlo y convertirlo en testimonio material o inmaterial de la humanidad y ,por lo tanto, en patrimonio cultural colectivo.
Objetivos
- Dar a conocer la andadura de un objeto desde que es seleccionado hasta su incorporación al patrimonio cultural y exposición en un museo.
- Fomentar la idea de construcción del patrimonio colectivo .
- Sensibilizar a la ciudadanía sobre el valor social del patrimonio cultural.
- Fomentar hábitos de salvaguarda del patrimonio heredado
Juego de café
Compuesto por azucarero, tetera, jarra, taza y platillos, elaborado entre 1858-1915 por la empresa Porcelanas Pasajes.
En origen, estas piezas pertenecían a una familia de San Sebastián. Hacia finales del XIX y principios del XX, era común que las familias burguesas tuvieran este tipo de juego de café como objeto de lujo. Además, se fabricaban de manera personalizada para cada dueño/a.
El 21 de diciembre de 1998, el anticuario Fernando Díaz Peral, consciente del valor patrimonial de estos objetos, los adquirió en Madrid en la Sala de Subastas Santiago Durán.
La Diputación Foral de Guipúzcoa, con el objetivo de recoger y catalogar el patrimonio cultural que refleja la historia y el modo de vida del conjunto de la sociedad guipuzcoana, adquirió estas piezas en marzo de 2002.
Más allá de su valor artístico, este juego de café nos traslada la información sobre la sociedad de Guipúzcoa de los finales del XIX y principios del XX: cómo estaba organizada la sociedad, qué gustos tenía, cómo era el modo de vida o qué cambios se estaban dando en el seno de la sociedad.
La empresa Porcelanas de Pasajes, la primera fábrica de Guipúzcoa en producir porcelana, se cerró hace más de 100 años, y hoy en día solamente queda como vestigio la chimenea de la fábrica en Pasai Donibane. Además, quedan pocos ejemplares de este tipo de piezas de porcelana fabricadas en Porcelanas Pasajes.
En cuanto a los objetos, cada uno de ellos está mostrando que no son para uso diario y cotidiano, sino que fueron creados para ser objetos de lujo, con un interés artístico y de valor simbólico. La forma y estética de cada pieza están bien conseguidas, dándoles un valor añadido con decoraciones de diferentes motivos y remarcadas en dorado.
Este tipo de juego de café de lujo, aunque en un principio únicamente pertenecían a la burguesía de aquella época, poco a poco se fue expandiendo por diferentes clases sociales y durante el siglo XX se convirtió en el típico regalo de boda.
En cuanto al caserío y la vida rural, este juego de café está representando cómo afectó a los caseríos los cambios acaecidos durante el siglo XX. Ya que el caserío tradicional no era inmune a aquella sociedad que se asentaba en la industrialización, la modernidad y el ocio. Por ejemplo, los elementos tradicionales que constituían el ajuar de una baserritarra, como podrían ser la rueca y los tejidos de lino, fueron poco a poco reemplazados por objetos novedosos que tenían cierto prestigio en la nueva sociedad moderna, con el objetivo de darle más valor al ajuar y por lo tanto al caserío y a la familia que lo habitaba. Uno de aquellos objetos novedosos era el juego de café.
Pero a su vez, el propio café, un producto cotidiano y normalizado hoy día, también representó un elemento de cambio en ese contexto de transformación que estaba viviendo el caserío. Este pasaje es una muestra de ello:
En un caserío de Ataun (Guipúzcoa), tal y como era costumbre en el mundo rural, dos campesinas fueron a ayudar en la labor del campo de otro caserío. A la vuelta, estaban totalmente perplejas. Al preguntar qué era lo que les pasaba, respondieron así: “¡nos han dado un extraño caldo negro para beber!” Esto es, café.
De modo que este juego de café, además de tener un valor artístico, nos abre un camino para la reflexión sobre la idea del caserío como una entidad que siempre está en plena lucha y transformación para adaptarse y hacer suyos los cambios sociales que suceden en él y en su entorno.
>> Vídeo MusealiaK-Juego de café
>> Audio MusealiaK-Juego de café
Kuela
Es un recipiente de madera troncónico, compuesta por tablas de madera colocadas de manera vertical. A su vez, estas tablas están unidas por unos aros de hierro. El primero junto al borde superior, otro en la parte central y el último en la base. En cada lado presenta dos asideros.
Parece un barril o barrica pero no lo es. Sí que está relacionado con la sidrería pero no era para guardar o conservar la sidra. La Kuela es una unidad concreta para medir la cantidad de manzanas. Sidreros/as y baserritarras utilizaban la kuela para llevar a cabo las transacciones de las manzanas. La capacidad de la kuela es de 50-55 kg. Había unidades concretas para medir la manzana: por cargas o por carros de manzana. Una carga de manzana equivale a 300 kg. De modo que con 6 kuelas tendríamos una carga.
La kuela como relato de las transformaciones del caserío y la producción de sidra
La kuela pertenece al caserío Jauregi de Orendain. Es un municipio pequeño del interior de Gipuzkoa, y hoy en día pertenece a la comarca de Tolosaldea. Tradicionalmente esta zona rural se conocía como Beterri, y era la parte sur de Goierri.
Esta kuela es del siglo XX, como mucho tiene 100 años. Si observamos la historia de la sidra en el País Vasco, no es una pieza tan antigua. Pero por un lado nos ayuda a reconstruir y reflexionar sobre los cambios y transformaciones acaecidos a finales del siglo XIX y durante el XX en la industria sidrera y en el entorno rural, las cuales son los precedentes de la situación actual del entorno rural en general. Y a la vez nos ayuda a documentar mejor la historia y el patrimonio de una zona concreta. Pues es el narrador de esos relatos.
Es el legado de un modo de vida, hoy patrimonializado. El 8 de enero del 2020 el propietario del caserío Jauregi, ofreció la Kuela a Gordailua (Centro de Colecciones Patrimoniales de Gipuzkoa) sin saber exactamente lo que era y lo que representaba. Aunque anecdótico, es el reflejo de los cambios sufridos en el entorno rural. Hoy día es parte del patrimonio cultural de Gipuzkoa.
En general, esta pieza ayuda a comprender mejor la presencia que han tenido la manzana y la sidra en diferentes zonas de Gipuzkoa. Aunque la imagen construida sobre la sidra en las últimas décadas se centra en puntos concretos como Astigarraga, Urnieta, Hernani, Donostia, etc, esto es fruto de un proceso histórico y cultural, pues no se ha limitado sólo a estas zonas. Larramendi comentaba esto en su Corografía de Guipúzcoa (1754): “desde Tolosa hacia Álava se han reducido muchos manzanales a tierras sembradías. No así desde Tolosa hacia Irún”. De modo que tendríamos que agudizar la mirada y poner la kuela en relación con los contextos culturales e históricos.
El inicio de la crisis de la etapa de oro de la sidrería gipuzkoana, comenzó a finales del siglo XVII. Por un lado, la actividad marítima sufría dificultades, pues no era tan segura en un contexto bélico. Por otro lado, el hierro vasco tenía dificultades para hacerse hueco en el mercado extranjero. Además, debido a la geopolítica de la época, los balleneros vascos habían perdido el derecho de pescar en Terranova, Groenlandia, Noruega o Islandia. Todo esto trajo una disminución en la demanda de la sidra. Todo esto sucedía a la vez que el maíz que se trajo de América se estaba expandiendo en los campos de los caseríos vascos. La sidra se redujo a un consumo local, y los manzanos dejaron de ser el pilar central de la agricultura guipuzcoana.
El periodo entre 1793-1876, fue realmente difícil para Gipuzkoa. La vida de sus gentes estuvo determinada por guerras que se sucedían una tras otra. Esto también repercutió en los manzanales. Ya en el siglo XIX los manzanos de la provincia se limitaban a la zona este y a la costa. En este contexto empezaron a fraguar iniciativas para modernizar la agricultura de Gipuzkoa, y también el mundo de la sidra. El Conde de Peñaflorida y La Real Sociedad Bascongada de Amigos del País, fueron los impulsores de aplicar las nuevas ideas de la Ilustración en los antiguos caseríos de Gipuzkoa. Pero se hizo palpable que los/las baserritarras, debido a la situación política, social y económica que padecían, tenían otras necesidades, y debido a eso no estaban en situación de sobrellevar la carga que suponía una modernización agraria.
De modo que la Kuela, del siglo XX, hace de puente entre las dos momentos cruciales de la sidra y en general del caserío: la crisis de la sidra y del caserío y su reconversión durante el siglo XX. Pone en valor la sidra y la manzana y la historia que conlleva, haciendo ver que más allá de una bebida, la sidra, la manzana y el caserío con su contexto, son un legado cultural, que hoy siguen vivos para poder acogerse a las nuevas necesidades que implica la sociedad actual. De modo que hoy por hoy sigue teniendo muchos desafíos. Por ejemplo, hoy en día la demanda y el consumo de sidra va en aumento, pero las cantidades de manzanos que hay en Guipúzcoa no son suficientes para hacer frente a ese reto.
Aunque parezca algo anecdótico, es de remarcar que el propietario de la pieza, desconocía lo que era la kuela. Aunque ha estado todo ese tiempo en su caserío, no tenía el conocimiento de lo que era la pieza y de su valor cultural. Puede que sea sólo una anécdota, pero al mismo tiempo ese desconocimiento sobre la pieza estaría relacionado con los cambios vividos en el entorno rural durante los siglos XIX y XX.
Es verdad que la kuela no es la pieza etnográfica más conocida dentro del ámbito del caserío y de la sidra. Pero es la muestra de los cambios vividos en el caserío en el último siglo. Pues esta kuela es contemporánea a la industrialización y al nuevo escenario social, cultural y económico que trajo consigo. La “nueva generación de baserritarras” (los últimos en utilizar la kuela) fue atraída por el nuevo modelo de vida que ofrecía la industria, y con ello las fábricas se llenaron de baserritarras. A cambio, el caserío y su mundo empezaron a vaciarse.
De modo que poco a poco empezó la pérdida de los manzanos. Hacia la mitad del siglo XX los manzanales que se podían verse en los caseríos se habían abandonado: no se llevaban a cabo los cuidados necesarios como echar el abono orgánico o la poda. Muchos de aquellos manzanos fueron sustituidos por el pino. Este abandono supuso la pérdida de un conocimiento etnoecológico.
Emergieron nuevos gustos y costumbres, y los referentes que eran parte de la vida tradicional se fueron sustituyendo, entre ellos la sidra, por los elementos novedosos que estaban llegando, ya que habían perdido su antiguo valor.
Mediante este proceso de “marginalización cultural”, se estaba dejando de lado todo ese bagaje cultural que acompañaba a esos elementos. Entre ellos estaría esta misma kuela. De modo que no es de extrañar que el propio propietario no conociese la pieza y su historia. Este hecho es un pequeño ejemplo de las grandes transformaciones que han afectado al caserío en cuestión de 2-3 décadas. Al fin y al cabo es el reflejo de toda una generación, presentada como una pequeña anécdota.
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Juego de bolos
Las piezas que vemos aquí son los objetos que se utilizan en el juego de bolos: la bola y las bolas. Son piezas de madera, en concreto de encina.
Historia de las piezas
Estas piezas, que hoy en día pertenecen a Gordailua (Centro de Colecciones Patrimoniales de la Diputación Foral de Gipuzkoa), llegaron al centro en el año 2008, en un lote con más objetos. La historia de este conjunto de piezas es casi desconocida. No sabemos con exactitud cuántos años tienen, ni quién las elaboró, ni a quién pertenecían. Solamente sabemos que provienen del pueblo goierritarra de Zerain.
El juego de bolos en el corazón de Goierri
El juego de bolos es un juego que es muy antiguo y está muy extendido. Su origen se ubica en el antiguo Egipto. Los romanos y los griegos también tuvieron alguna variación del juego de bolos, y de este modo poco a poco se fue expandiendo por toda Europa. No sabemos con exactitud desde cuando se practica aquí, pero sabemos que la tradición bolera ha sido muy fuerte.
La tradición del juego de bolos ha estado muy extendida por todo el País Vasco (tanto en Iparralde como en Hegoalde), pero en muchos pueblos la práctica del deporte ha desaparecido. Aunque, aún hay pueblos, como Zerain, en los que la tradición bolera ha perdurado hasta hoy en día.
El juego de bolos y su agencia narradora en la transformación del caserío
El bolatoki, el lugar donde se juega a los bolos, solía estar en lugares donde se reunía la gente. En sitios como una sidrería o una cantina, por ejemplo. ¿Porqué en estos lugares? Porque el juego de bolos estaba muy ligado a las apuestas. Mediante el juego decidían quién pagaba la ronda con fórmulas como: bostparlau, lauparhiru, lauparbost, etc. Estas eran las equivalencias; por ejemplo, en el lauparbost el primer jugador tenía que echar cuatro y el segundo para equiparar su juego debía echar cinco bolos.
Pero a partir de los años 60, junto con la despoblación rural y los cambios vividos a causa de la industrialización y los cambios sociales, este deporte empezó su decaída. Los modos de socialización fueron cambiando, y poco a poco las boleras fueron desapareciendo. Algunas se modificaron y se convirtieron en gallineros, y otras se quedaron bajo los cimientos de las nuevas casas y urbanizaciones. Las boleras perduraron en pueblos pequeños con gran arraigo a lo rural. Y estas se convirtieron en espacios deportivos poco frecuentados en el día a día. Pasaron de ser espacios cotidianos, a ser espacios ocupados en días especiales, sobre todo en fiestas del pueblo.
De la madera al nylon: cambios en el uso de los materiales
Estas piezas antiguamente se hacían con madera de encina (Quercus ilex), como las que vemos aquí. Pero estas necesitan de cuidados especiales para mantenerlas en buen estado. Hoy en día, se utilizan materiales sintéticos como el nylon o el polipropileno.
El cambio de materiales ha traído consigo grandes modificaciones. La primera es que las piezas actuales no necesitan tantos cuidados y esto ha traído a que la figura de la persona responsable de cuidar las piezas y la bolera poco a poco vaya desapareciendo.
>> Más información: https://www.igartubeitibaserria.eus/es/files/musealiak3-juego-de-bolos
>> Vídeo: MusealiaK-Juego de bolos
>> Entrevista a jugadora de bolos de Zerain, Aitziber Makazaga
La historia del caserío a través de la higiene
Es un recipiente que se utilizaba para recoger la orina y es de cerámica. Este orinal es de base plana y tiene forma cilíndrica. Sus paredes son rectas y en la parte de arriba los bordes tienden a volcarse hacia fuera y presenta dos asas en cada lado. Desde la mitad para arriba tiene un esmaltado blanco. Tiene un trebol inciso en la base como elemento decorativo.
Este tipo de recipiente era para uso higiénico. Los orinales que se podrían encontrar en los caseríos, tenían un diseño y forma básicas, sin ningún motivo artístico particular. Estos recipientes también eran conocidos como “gauontzia”, “recipiente de noche”.
Este orinal en concreto es de mediados del siglo XX. En cuanto a origen, proviene del pueblo guipuzcoano de Zegama. Fue elaborado por el ceramista de Zegama Gregorio Aramanedi. Este orinal en concreto no fue elaborado para usar en los caseríos. Fue elaborada por Gregorio Aramendi por petición de La Diputación Foral de Guipúzcoa como elemento didáctico para enseñar cómo se elaboraban este tipo de objetos de cerámica popular.
Gregorio Aramendi:
Gregorio Aramendi fue el último ceramista de Zegama y uno de los últimos de la provincia de Guipúzcoa. Debido al cambios que se estaban dando en esa época (mediados del siglo XX), Gregorio tuvo que cambiar su oficio por el de taxista. Aun así, no acabó ahí la actividad de este excepcional ceramista. En 1980 La Diputación Foral de Guipúzcoa le contrató como profesor de cerámica.
Palangana
La palangana o la jofaina es un recipiente para la higiene personal. Especialmente se utilizaba para limpiar las manos y la cara junto a una jarra con agua. Normalmente solían estar en las habitaciones. Esta palangana es de cerámica. Tiene un amplio diámetro y profundidad, para poder llenar de agua.
Esta Palangana, en origen pertenece al caserío Soraitz de Zumarraga. El arquitecto Ibon Telleria al visitar diferentes caseríos para su investigación, ha ido recopilando diferentes objetos relacionados con la historia de los caseríos y sus habitantes. Uno de ellos es esta palangana. Gordailua (Centro Patrimonial de la Diputación Foral de Guipúzcoa), compró la pieza en un lote en el año 2006. Hoy en día es parte del patrimonio cultural de Guipúzcoa.
Toalla
Es una toalla rectangular elaborada con lino blanco. Se utilizaban principalmente para secar la cara y las manos, pero también para secar y otras partes del cuerpo. En los dos extremos presenta dibujos de flores a modo de cenefa.
Esta toalla pertenece a la colección de la asociación Goruzaleok. Y a través de esta asociación la Diputación Foral de Guipúzcoa se hizo con toda una colección relacionada con el oficio del lino. Entre esos objetos estaba ésta toalla. Cabe decir que no se sabe la procedencia exacta del caserío al que perteneció. Este tipo de tejido era habitual en los caseríos.
¿Por qué estas piezas en MusealiaK?
En un principio nos puede sorprender ver estas piezas expuestas en Igartubeiti. Es decir, teniendo en cuenta que estamos en un caserío lagar del siglo XVI, puede que a la primera parezca que están fuera de lugar. Del mismo modo que no son las piezas que nos vienen a la mente al hablar de Igartubeiti.
Las piezas tampoco se destacan por su valor artístico y estético. Entonces, ¿cuál es la razón de escoger estas piezas para Musealiak?
En general, cuando hablamos del caserío, nos basamos en temas y elementos concretos que se le han ido asociando, y mediante ellos se ha construido una definición y un cuerpo cerrado sobre el caserío: la agricultura, la arquitectura, la ganadería, etc. Es decir, para hablar del caserío y el modo de vida de sus habitantes, se han seleccionado sólo unos temas o ejes concretos. Y se han dejado de lado otros elementos, temas o ámbitos de la cotidianidad. La higiene, la limpieza o el cuidado entre otros.
Estas tres piezas que presentamos están relacionadas con el tema de la higiene y la limpieza. Abren otro modo de acercarnos a la vida cotidiana de los caseríos de entre los siglos XVI y XIX. Mediante el orinal, la palangana y la toalla de lino, podemos hablar de la parte desconocida de los caseríos, de ese ambiente más “oscuro y sucio”.
A través de estos tres objetos podremos conocer mejor cómo era el modo de vida en el interior del caserío. Estos objetos nos ayudan a descubrir el aspecto más íntimo de la vida interior de los caseríos a través de la perspectiva de la higiene. Estos objetos de Musealiak nos hacen ver aspectos de la historia que normalmente se invisibilizan. De modo que nos abre otra vía para rastrear y conocer el proceso de transformación y cambio social. Porque, ¿cómo era la limpieza y la cuestión de la higiene en los caseríos como Igartubeiti hasta el siglo XX? Estas tres piezas ponen un poco de luz a esta cuestión.




Unidades de medida
El modelo de medición que se usa en la sociedad actualmente, aunque parezca natural y “de siempre”, es fruto de un proceso histórico y social. De modo que la socialización y normalización del uso del kilo, metro y litro tiene detrás su recorrido histórico y social. ¿Y cómo medían y calculaban los/as campesinos/as los alimentos y otros productos antes de utilizar estas unidades? Las siguientes piezas nos hablan de esta cuestión aparentemente básica, pero esencial.
De modo que estos dos objetos, pertenecientes históricamente a la comarca de Goierri, en estrecha relación con Igartubeiti, abren una ventana para repensar cómo se organizarían y llevarían a cabo las actividades de compra venta de los productos del caserío en esta pequeña zona del mundo. ¿Te lo imaginas?
Presentación de los objetos
1-Cuartal
El cuartal era una unidad de medida que se utilizaba en los caseríos, en concreto, para medir la cantidad de granos como el trigo, el maíz o la alubia. Por ejemplo, un cuartal de trigo eran 11 kg de trigo más o menos. También era conocido con el nombre de “cuartera”.
Es una caja rectangular de madera. La parte delantera está inclinada y en la parte trasera tiene un asidero. Al utilizarlo como medida de granos, tiene cierta cabida en su interior. Se puede decir que más que una herramienta de hogar, se utilizaba en el ámbito de las actividades económicas, para llevar a cabo las transacciones.
Este cuartal que perteneció al caserío Zaldibarrena del municipio de Zaldibia es del siglo XIX. Su uso se extendió hasta los inicios del siglo XX. Hoy en día es parte de la colección patrimonial de Gordailua, que fue conservado mediante el trabajo del etnógrafo Josu Tellabide, por ser un elemento que relata la reciente transformación de la sociedad vasca y en concreto gupuzkoana.
2-Celemín
El celemín era también otra unidad de medida, que se utilizaba, entre otros, para el trigo, maíz o la alubia, tanto en los caseríos como en los puntos de venta como mercados o molinos. Es una unidad inferior a la del cuartal, pues su medida equivalía a 3,5 kg de trigo.
Es una caja cuadrada de madera que tiene cierta cabida en su interior para poder medir la cantidad de granos. Además de medir el trigo, también se utilizaba para el maíz y la alubia. Originalmente perteneció al caserío Ezkiaga Erdikoa de Beasain. Aunque no sabemos exactamente de cuándo es, seguramente sea del siglo XIX y su uso se extendería hasta los inicios del XX. En el año 1999 este celemín junto a otros objetos del caserío fueron donados a la Diputación Foral de Gipuzkoa.



Cuadro de madera
Es un cuadro de madera rectangular, producido para que fuese un elemento decorativo. El cuadro está hecho a mano, en madera tallada, dándole forma con diferentes relieves. El cuadro representa una escena de principios del siglo XX, de una sidrería y su ambiente.
Presentación
Comparando con las piezas de las anteriores ediciones de Musealiak, la siguiente es diferente tanto por el objetivo por el cuál fue producida, como por su identidad y naturaleza.
La pieza expuesta es un cuadro de madera. No es un objeto etnográfico que hace referencia al modo de vida y de trabajo del caserío. Aún así, plantea una reflexión en torno a los diferentes tratamientos que se le ha dado al caserío y al entorno rural como paradigma o tema social, cultural e histórico. ¿Quién ha trabajado el tema del caserío en los siglos XIX y XX? ¿Y cómo se ha trabajado?
En la margen izquierda del cuadro aparece una sidrería. Al fondo de un pórtico se puede observar una hilera de barricas de sidra. Delante de las barricas, se puede ver a la dependienta de la sidrería en una mesa, con una jarra de sidra al lado.
Al lado del pórtico de la sidrería, se puede observar la figura de un Mikelete. En la margen derecha, al lado de la sidrería aparecen tres hombres. Se puede apreciar que están practicando un juego u actividad, que en esa época en el contexto de la sidrería y el entorno rural era muy frecuente: “el juego de la toca”. “Toka” es un juego tradicional del País Vasco. Se basa en tirar con la mano unas fichas de acero y el objetivo es dar a una placa de hierro que se llama “toka”.
El cuadro, en los bordes presenta un marco decorado con motivos florales. El material con el que se elaboró el cuadro es madera de nogal.
Como se ha comentado no es una pieza que está relacionada directamente con el caserío, sino que fue producida como elemento decorativo. Pero la escena retratada, se puede decir que a rasgos generales también está relacionada con el entorno rural o con algunos rasgos de ese mundo y sociedad. En concreto, ligado al ocio, aparecen los temas de la sidrería o el juego de “toka” por ejemplo. Es decir, estamos ante un uso artístico y representativo del tema rural.
Origen y relato del objeto
Este cuadro de madera, fue fabricado en la primera mitad del siglo XX. Fue encargada por una familia burguesa de la época, en concreto para la familia francesa Laffort.
La familia Laffort vivió durante varios años en Gipuzkoa. En el año 1937 decidieron encargar a un carpintero y ebanista de Zarautz que fabricase para ellos un conjunto de muebles: mesa, silla, aparadores, un par de butacas, etc. Y entre esos muebles también se encontraba el cuadro de madera. Los descendientes de dicha familia no recuerdan quién fue exactamente el artista carpintero, quién fabricó dichos muebles, pues eran todavía muy jóvenes cuando los Laffort encargaron los muebles anteriormente mencionados, y por consiguiente el cuadro de madera que se encuentra expuesto en Igartubeiti.
De modo que este cuadro de madera, originalmente perteneció a la familia Laffort, y cuando regresaron a París, lo llevaron consigo, por el valor simbólico y el cariño que le tenían a la pieza. Los descendientes, algunos de los cuales residen hoy en día en el País Vasco, conscientes del valor patrimonial de estas piezas, decidieron donarlas a Gordailua, Centro de Colecciones Patrimoniales de la Diputación Foral de Gipuzkoa. De modo que hoy en día, los muebles que en su momento fueron de la familia Laffort y en concreto este cuadro de madera, pertenecen a la colección patrimonial de Guipúzcoa, puesto que son representativos y testigos del proceso histórico, social y cultural de la sociedad guipuzcoana.
En esa época, era habitual que en las viviendas de familias burguesas hubiera muebles de diseño de madera. A partir del siglo XIX, se empezó a utilizar simbología relacionada con el caserío como elemento decorativo tanto en los muebles como en otros objetos artísticos.
Calentador-berontzia
En esta ocasión, se trata de una pieza que se empleaba en el día a día del caserío, así pues, una pieza de carácter etnográfico. Como el tema de la energía y los combustibles es uno de los principales retos sociales hoy en día y al trabajar desde Igartubeiti el tema de la sostenibilidad durante los últimos meses, nos ha parecido interesante poder traer esta temática desde el pasado hasta el presente. Además, al exponer EKOMODA como muestra temporal en el museo, el calentador -berontzia- nos sirve como buena pieza para hilar narrativas.
El calentador (como su nombre en euskera indica: berontzi, bero -calor- + ontzi -recipiente) es la herramienta que se usaba para calentar diferentes espacios del caserío. Allí se coloca carbón o algún otro combustible para que quemara y pudiera calentar a los miembros del hogar. Era un elemento común en los países que pasan fríos inviernos, sobre todo en Europa, y también en Euskal Herria. Normalmente se trataba de recipientes de metal, con una larga asa. Tienen la forma de una actual sartén, con una tapa firme y a menudo decorada. El calentador se llenaba de brasas y se colocaba debajo de las sábanas o mantas de la cama, para que se calentaran o secaran antes de que los miembros de la familia entraran en ella. En ocasiones también se solía poner debajo de la mesa, con el mismo objetivo. El calentador que tenemos en la exposición Musealiak está completo, tiene el asa torneada y también una especie pequeño agarradero mediante el cual se abre la tapa. Es de la comarca del Goierri (zona colindante al museo Igartubeiti), de la colección Iriarte Erdikoa que hoy representa el Museo Zumalakarregi.
El berontzi -calentador- en el poema “Negua” -invierno- de Beatriz Chivite (2020):
Zure neska-lagunarekin egiten duzu lo
tapaki azpian.
Ikatzez betetako berontzia
besarkatzen dut nik
paretaren bestaldean.
Duermes con tu novia
debajo de las mantas.
Un calentador lleno de carbón
abrazo yo
al otro lado de la pared.
El caserío y el calor
Para mantener el calor dentro de la casa, en el caserío se ideaban (y se idean) diferentes estrategias. Entre todas estas la primera es la ubicación del propio caserío: el factor que determine la ubicación y la dirección de la casa será la iluminación del sol. Así, para las zonas “vivibles” del caserío (la entrada, la cocina, las habitaciones…) se buscarán la luz del sol y su calor. Las partes más frías y oscuras de la casa, sin embargo, se reservarán para la cuadra o los espacios de almacenaje (Urquía, 2000).
En el caso de Igartubeiti, de esta forma, la entrada, la cocina y la habitación principal se sitúan mirando el sureste, para aprovechar la luz y el sol. La cuadra y la bodega, al contrario, se encuentran en la parte noroeste del caserío, en la zona más fresca, el lugar idóneo para la fermentación de la sidra. En este espacio, como se puede ver en el caserío, no hay ninguna ventana, solamente unas aberturas para dejar pasar el aire. De la misma manera, la ubicación de Igartubeiti es también estratégica: no está situada al borde de un río, sino que, como observamos en muchas casas antiguas de Gipuzkoa, se encuentra en mitad de una ladera, en un pequeño prado, a ochenta metros del fondo del valle. Esta ladera del monte Kizkitza está mirando dirección sur, y el caserío recibe desde la primera hora de la mañana, directamente, el calor de la luz del sol. Mientras tanto, en el valle, suelen tener que esperar hasta que la niebla de los alrededores del río se disipe.
Por tanto, cuando hoy en día hablamos de arquitectura bioclimática (término que cada vez se emplea más: esta forma de construir los edificios respeta más el medioambiente, aprovechando la energía solar según las características de cada contexto), no podemos olvidar que nuestros ancestros ya tenían una lógica diseñada con los mismos objetivos: vivir durante todo el año en las condiciones térmicas más adecuadas, sin tener que utilizar combustibles contaminantes.
Además de la ubicación del caserío, había otras formas de calentar las zonas “vivibles” de la casa: para empezar, usaban los animales como calentadores vivientes y naturales. Sobre todo en invierno, los animales se guardaban dentro de la casa, y, así, el calor que mantienen en el cuerpo se transmite a las estancias cercanas a la cuadra. Además de esto, la hierba recogida en verano se guardaba en el desván del piso de arriba. Gracias a esto, las zonas vivibles se protegían del frío que venía del techo en invierno, con una función de “suelo irradiador”. Esta paja también cumplía una función de aislante térmico y evitaba que el calor generado por los animales subiera hacia arriba. Vemos, de nuevo, que las nuevas terminologías tienen su lugar en el caserío, se ven reflejadas en él. Hoy en día, los caseríos que ya no practican la ganadería han colocado sistemas de calentamiento de gasoil o madera para proteger la casa del frío. Si se emplean sistemas para aislar mejor la parte sur de la casa, se pueden conseguir unas condiciones térmicas adecuadas de nuevo, sin la necesidad de emplear combustibles fósiles (Urquía, 2000).
Ciertamente, los tipos de combustible que se han utilizado en los caseríos han sufrido grandes transformaciones en los últimos siglos. El combustible que se quemaba en los calentadores -berontziak- solía ser bien madera o carbón vegetal. El haya, el roble y el castaño eran los más utilizados, mientras que el pino se consideraba muy flojo en comparación con los anteriores.
Para la iluminación del caserío se empleaba otro tipo de combustible. La lámpara más vieja que se recuerda es el kriseilu -candil-. Para encenderlo, los caseros usaban aceite de ballena que conseguían a cambio de sidra que daban a los marineros de la costa. Después, para mantener la chispa creada con la grasa de la ballena, se servían de la grasa de los animales de la cuadra. Estos dos tipos de grasa se introducía en la cazoleta, desde donde salía una tira de tela apoyada en el pico y cumplía la función de mecha (La Anunciata, 2000).
Otro combustible común en el caserío era la cera. Además de para fabricar las argizaiolas, la cera se utilizaba para encender los candelabros -argi mutilak- y las velas.
Más adelante, nuevos tipos de combustible llegaron al caserío. El petroliontzia (: petrolio -petróleo- + ontzi -recipiente-) que vemos en la ilustración, como indica su nombre, se enciende con petróleo. El carburo servía para encender lo que se denomina “kinkea”. Por último, llegaron combustibles como el queroseno o la electricidad.
Eficiencia energética
El caserío vasco es el elemento arquitectónico que concilia la vivienda con el lugar de trabajo. Une las habitaciones, la cocina, el taller, el granero, el lagar… bajo un mismo techo. Como dice Ugaitz Gaztelu, el caserío es el patrimonio histórico que cumple con las peticiones que requiere una ganadería y una agricultura autosostenible y que se ha adaptado totalmente al clima y geografía vasca (Gaztelu, 2012). Además, si bien ha habido crisis, se ha amoldado a los cambios históricos, socioeconómicos, culturales… de cada época, reinventado nuevas formas de vida de una forma u otra.
Así, como ya hemos dicho, el caserío vasco recoge muchas de las características de lo que hoy llamaríamos bioclimática, siempre con el objetivo de conseguir la luz y el calor del sol para el trabajo y la convivencia. Toda la lógica de distribución y cada material empleado en el caserío tienen una función, un sentido y un porqué en este sistema térmico, desde las paredes de piedra adheridas en el siglo XVII hasta el uso de los calentadores.
También es importante hablar del papel que tenía el fuego de la cocina como elemento central del caserío. En invierno solía estar encendido durante todo el día, haciendo que la cocina, el lugar de encuentro de la familia, fuera la estancia más caliente de la casa, manteniendo durante 24 horas una temperatura aproximada de 25 grados. En los siglos XVI y XVII el fuego se situaba en una losa en medio de la cocina, encima del cual pendía la cadena de la llar. Para mantener el calor, construían muebles como el escaño, con un respaldo muy alto en la parte de la espalda, que también servía para poder plegar la mesa. Durante los siglos XVI y XVII se normalizó el uso del “beheko sua”, las chimeneas bajas. En el siglo XX, empezarón a usar las chapas metálicas en las cocinas de los caseríos y también las llamadas económicas, que ahorran una gran cantidad de combustible.
El arquitecto Gaztelu ha diseñado el “caserío vasco sostenible del futuro” teniendo en cuenta este análisis bioclimático. Gaztelu construye el futuro en base al cuidado del patrimonio cultural, entendiendo la historia y las redes de relaciones de cada lugar. En segundo lugar, empieza a trabajar el tema de la sostenibilidad, entendiéndolo tanto desde la perspectiva socioeconómica como de la medioambiental. En palabras del arquitecto, el nuevo orden capitalista hizo que el modo de vida y la arquitectura del caserío comenzaran a tambalearse, acercándonos a su derrumbe tanto físico como cultural -no podemos separar el edificio mismo de las formas de vida- (Gaztelu, 2012). Por lo tanto, el reto arquitectónico es a la vez un reto socioeconómico, que tiene que trabajar los usos que se le dan al caserío de acuerdo con las relaciones que mantiene con su entorno social y natural. Así se plantea el nuevo caserío, sin perder nunca la mirada hacia el pasado.

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Bibliografía
- Gaztelu, U. (2012). Baserrien analisi klimatikoa. Aldiri: arkitektura eta abar. 2, III, 10, 34-35.
- Gaztelu, U. (2012). Rehabilitación energética del caserío vasco: hacia un modelo de diagnosis.
- La Anunciata Ikerketa Mintegia (2000). El caserío vasco: el hogar y el ajuar de la cocina.
- Urquía, I. (2000). Euskal baserria: arkitektura bioklimatikoa, eguzki-energiaren ustiapena. Bizkaia Maitea, 1, 12-14.
Pala para talos y apoya talos
5.8.
La pala para talos es del caserío Soraitz de Zumarraga (Gipuzkoa) y el apoya talos del caserío Zaldibarrena de Zaldibia (Gipuzkoa).
La pala para talos y el apoya talos son dos de las herramientas que se emplean en el proceso de elaboración de los talos. Son objetos que se empleaban en el día a día de los caseríos, por tanto, estamos ante unas piezas de carácter etnográfico. Tal y como hemos comentado, nos ha parecido interesante poder acercarlas al museo durante estos meses próximos al Errota Eguna, para poder, de esta forma, reflexionar sobre el patrimonio creado en torno a ellas. Además, estamos adentrándonos en la época en la que comienza la siembra del maíz, cuando empieza todo un ciclo.
La pala para talos sirve para poder aplastar la masa de talo y darles forma. El apoya talos es un bastidor donde se sitúa el talo ya cocinado, apoyado en él para que acabe de esponjarse.
Antes de la llegada del maíz, en los caseríos se hacía el maíz a partir del trigo y el mijo, pero normalmente no llegaba para abastecer a toda la familia. Las tierras no eran las más adecuadas, demasiada lluvia y mucha pendiente. El maíz, en cambio, fue un cereal que se adaptó bien al clima y la geografía, crecía rápido y en abundancia, sus granos eran gruesos y su harina amarilla y pegajosa, ideal para hacer talos. Pero…
¿Cómo llegó el maíz a Euskal Herria?
El maíz (Zea Mays) llega durante el siglo XVI desde América a Euskal Herria, a partir de los procesos de colonización. ¿Pero cómo se convirtió el maíz en cereal protagonista de los caseríos vascos? Este proceso no se dio tan rápido. Para entenderlo es necesario ponernos en la piel de los baserritarras de hace 500 años. Para ellos el maíz era una planta que no habían visto nunca, un cereal que había llegado desde muy lejos. No sabían qué era, para qué servía, cómo, cuándo y dónde había que trabajarlo. Por tanto en un principio se extendió una especie de desconfianza hacia el maíz entre los caseríos vascos.
En un principio, fueron los “jauntxos” y las clases privilegiadas las que comenzaron a experimentar con el maíz. Empezaron a plantar maíz en sus jardines a modo de decoración, para poder demostrar que eran dueños de esta planta misteriosa traída de las Indias. Su función, de esta forma, era la de decorar y demostrar socialmente su privilegio. Vemos como en un primer momento el maíz poco tenía que ver con el cultivo y la alimentación. Pero, poco a poco, se fue sembrando el maíz en diferentes zonas rurales de Europa. El objetivo de esto fue saciar una necesidad básica: el hambre. El crecimiento demográfico que venía dándose desde el siglo XV trajo más hambre, bien porque había escasez de alimentos o porque la distribución de los mismos no era equitativa entre los habitantes.
En Euskal Herria, por tanto, tuvo que pasar un tiempo hasta que los baserritarras empezaran a cultivar el maíz como cereal básico. Si bien en un inicio el maíz era un cereal que se empleaba únicamente para alimentar animales, la escasez de comida hizo que se tuviera que pensar el maíz como producto para alimentar también a las personas. A partir de ahí se identificó y transmitió la idea del maíz como una planta “buena para comer”. En el siglo XVII se empieza a plantar de forma intensiva en los caseríos, produciendo esta revolución importantes cambios en la dieta y las costumbres alimentarias, en la economía de producción, en el paisaje, la arquitectura de los propios caseríos…
¿Cómo se trabaja el maíz?
En palabras del Padre Larramendi, el maíz se ha de plantar a partir del día de San Marcos (25 de abril). Es por eso que se dice que el maíz es un cereal de primavera: se siembra durante los meses primaverales y se recoge en septiembre (a diferencia del trigo, que se planta en invierno y se recoge en verano). Por tanto, desde que se planta el maíz hasta que se recoge pasan únicamente seis meses, es un cereal de ciclo corto. Es por eso que la tierra podía descansar por medio año, para recuperar sus capacidades nutritivas y con suficiente tiempo para facilitar la plantación intensiva, sustituyendo el sistema de barbecho anual. Además de esto, resultó ser un cereal que se adaptó muy bien al clima y el relieve vasco, ofreciendo un gran rendimiento en grandes cosechas.
La expansión del maíz tuvo consecuencias económicas muy importantes. En el siglo XVII se cerraron gran cantidad de ferrerías. Como ya no se necesitaba tanta madera para producir carbón, hombres y mujeres baserritarras araron trabajosamente las tierras para poder sembrar maíz, trigo, nabos y otras especies. Así, la agricultura y las tierras dedicadas a ella crecieron notoriamente, sobre todo en lo que se refiere al maíz. Además de convertirse en un alimento indispensable para animales y personas, su tallo y hojas tenían diversos usos (combustible, relleno de colchones…). Gracias a este cambio se pudo hacer frente a la escasez de alimentos en el siglo XVII.
“Mendi-gizonek, ikazkinek, egurgileek eta bestek, ez dute gari-ogirik nahi, arto-irinez egindakoa baizik, elikagai sendoa delako, eta hori janez hobe egiten diotelako aurre euren lanari gari-ogia janez baino. Eta horrela irina mendira eramaten dute, txaboletan masa landu eta artopilak egiten dituzte, errauts azpian egosten dituztenak. Horrekin eta era berean elikagai sendoa diren egositako babekin ekaitz guztiei egiten diete aurre, euri-jasei, izozteei, elurteei eta urakanei. Jende pobre eta nekazarien ohiko ogia ere bada artoa” (Manuel Larramendi, 1754).
Esto dice la obra Corografia de Guipuzcoa que escribió el Padre Larramendi en 1754. El maíz sustituyó nutritivamente al trigo y al mijo. Se convirtió en el elemento básico de la dieta de los caseríos, pues era un alimento saciante y rentable. Así escribía Juan Ignacio de Iztueta a mediados del siglo XIX:
“No será fácil hallar otra planta, que, teniendo en cuenta todas las ventajas, ni que se pueda comparar a la de maíz. Lo de fuera y lo de dentro, la paja y la substancia, entero y vivo, hasta su menor partícula, todo es útil en ella, a par de ser abundante”
Molinos guipuzcoanos
En Guipúzcoa, hasta principios del siglo XV, los molinos hidráulicos (aquellos que se mueven con la fuerza del agua del río o del mar) eran propiedad de las clases más pudientes: sobre todo, monasterios y parientes mayores. Esta propiedad era a menudo compartida, especialmente en el caso de los parientes mayores. El dominio del molino solía ser algo común para el uso de diferentes familias organizadas como barrio.
A partir de la segunda mitad del siglo XV se empiezan a dar cambios importantes: por una parte, a medida que los ayuntamientos van tomando fuerza, irán comprando molinos o creando nuevos, como fuente de dinero para pagar los impuestos. Así, los molinos municipales se irán normalizando cada vez más en Guipúzcoa. Por otra parte, los letrados y comerciantes también comenzarán a interesarse por los molinos, bien como fuente de dinero o como recurso para aprovisionar sus barcos (Roteta eta Aragón, 2022).
Pero las transformaciones más cruciales se darán durante el siglo XVII, con la revolución del maíz y el comienzo de la agricultura intensiva que hemos trabajado. Al subir notoriamente la producción de cereales, al tiempo que bajaron las áreas dedicadas a los manzanos, también aumentó la demanda de molinos. A partir de este momento se crearán muchos nuevos molinos en Guipúzcoa (Roteta eta Aragón, 2022), a menudo al lado de las ferrerías. Esto es, volvían a utilizar el agua que sobraba de las ferrerías para poner los molinos en marcha. En este nuevo contexto, los ayuntamientos desarrollaron un interés cada vez mayor por convertir los molinos en molinos municipales. Por tanto, ha medida que se dio un crecimiento en la agricultura intensiva, se irán construyendo cada vez más molinos en los municipios guipuzcoanos, muchos de ellos como dominios del ayuntamiento. Según la investigación que realizó Antxon Agirre Sorondo en 1988, había en cada pueblo guipuzcoano vestigios de siete molinos de media y solamente serían cuatro los municipios que nunca tuvieron un molino. La mayoría se encontraban en el Alto Deba, sobre todo en Bergara.
Desde entonces, los molinos han llegado hasta nosotros. En Guipúzcoa, son trece los molinos hidráulicos que hoy en día siguen produciendo harina. Entre ellos, los que, además del consumo de la casa, producen harina de cara a fuera son solamente seis. Otros se muestran como patrimonio cultural de mano de las instituciones públicas (Roteta eta Aragón, 2022). Sin embargo, los molinos que más se emplean hoy en día son los eléctricos, los que se emplean para producir harina y pan en grandes cantidades. Pero no podemos desligar estas nuevas formas de hacer del recorrido histórico de los molinos. En palabras de Alex Roteta (2022), los molinos nos dicen mucho sobre el patrimonio de nuestra comunidad: hablan de los oficios de diferentes épocas históricas, de los cambios históricos, de la geología del lugar, de las relaciones que los vecinos tenían entre ellos y con el entorno. Los molineros de cada zona tenían sus formas propias de hacer, que en diálogo con su realidad se iban adaptando y transformando de generación en generación.
¿Cómo hacer y comer talo?
El talo era una de las formas más comunes de comer maíz. Esta receta se consumía cada día, valiéndose de la harina que se conseguía a partir de moler el maíz en los molinos. Los alimentos que más consumían los baserritarras (alubias, verduras, castañas, huevos, leche…) se acompañaban a menudo con talo, pero también era común comer este en forma de “bocadillo”: relleno de queso, miel, chistorra, membrillo… También se usaba para acompañar las sopas de leche.
En los caseríos, las que normalmente se ocupaban de cocinar los talos eran las mujeres y los niños. Después de elaborar la masa a base de harina de maíz y agua, se separa un trozo y se hace una bola de aproximadamente 5 centímetros. Se espolvorea la pala del talo con harina, se sitúa la bola encima de esta y se va aplastando la masa con la mano hasta conseguir una torta fina. A continuación, se sitúa esta sobre el asador del talo y se pone este encima del fuego para poder tostar el talo por ambos lados. Por último se colocaba el talo sobre el apoya talos para que pudiera esponjar.
- Aguirre Sorondo, A. (1988). Tratado de molinología. Molinos de Guipúzcoa. Donostia San Sebastián: Eusko Ikaskuntza.
- Auñamendiko Eusko Entziklopedia (2022). Artoa. https://aunamendi.eusko-ikaskuntza.eus/es/maiz/ar-100182/
- Euskonews (2009). Artoa. Euskonews, 485.https://www.euskonews.eus/0485zbk/gaia48504eu.html
- Insausti, J.L. (1999). Arto-zelai Oreretako talo kofradia. Oarso 99. 92-95 or.
- Roteta, A eta Aragón, A. Gipuzkoako errotak. Atzo eta gaur. San Telmo museoa. http://www.donostiaeuskaraz.eus/euskaraz/agenda/23843/lang/es
Aguabenditera
A través de esta pieza etnográfica conoceremos más la influencia e importancia de la religión en el día a día del caserío. El aguabenditera nos ha parecido importante para reflexionar sobre la cultura religiosa del caserío y su patrimonio
¿Qué son las aguabenditeras?
Las aguabenditeras son recipientes decorados que sirven para almacenar el agua bendita y que cuelgan de las paredes de los caseríos para que sus habitantes puedan santiguarse. Son láminas o placas pequeñas, generalmente ovaladas, sobre las que se tallan o moldean diversos motivos. En la parte inferior hay un recipiente de poca profundidad para almacenar el agua bendita. Aunque existen aguabenditeras de madera, mármol, metal o piedra, la mayoría son de cerámica. Las imágenes más usuales reproducidas en el aguabenditera eran las del Sagrado Corazón, la Cruz, la Virgen o el Cristo Crucificado, normalmente escenas religiosas de gran colorido.
Se trata de la versión doméstica de las pilas de agua bendita que se encuentran en las entradas de las iglesias, que recuerdan a fuentes de agua que tradicionalmente se encuentran en el interior de los lugares religiosos. En el uso doméstico popular, se encuentran junto a la puerta de entrada de la casa o en las habitaciones, para que los miembros de la familia puedan santiguarse al acostarse o levantarse. En algunas casas también se solían situar en el pasillo o la escalera, por ser puntos de paso obligatorio para toda la familia antes de acostarse. También se dice que servían para proteger el caserío de situaciones climatológicas adversas.
El aguabenditera que podemos ver en Igartubeiti está hecha de barro y esmaltada de azul y blanco, tiene forma de rombo y contorno afilado. En el centro aparece una imagen en relieve de la Virgen, con un recipiente de poca profundidad en la parte inferior para almacenar el agua bendita.
¿En qué rituales del caserío se emplea el agua bendita?
El agua bendita es protagonista de distintos rituales religiosos del caserío. Así, además del uso que se le daba en el día a día para santiguarse, era importante para poder llevar a cabo otras actividades que formaban parte de la cultura religiosa en modo de ritual.
Para proteger la casa
Son muchas las simbologías cristianas que se utilizan para proteger el caserío, entre ellas el agua bendita. Para protegerse de las tormentas, por ejemplo, en algunos caseríos se echaba agua bendita por la ventana dibujando una forma de cruz.
Pero había días especiales para recoger el agua bendita: durante la Semana Santa, y especialmente el Sábado Santo, los familiares de los caseríos de toda Euskal Herria recibían agua bendita en las iglesias para poder llevarla a sus casas. Los niños y niñas del pueblo llenaban las botellas y distribuían el agua bendita por las casas a cambio de la propina, mientras que las mujeres de los caseríos llevaban el agua a casa.
Con esta bendición se asperja el caserío para que quede protegido. En algunas zonas esto se hace en el portal, en el exterior, mientras se rezan los credos. En otras ocasiones, también se riegan las habitaciones interiores con el agua bendita: camas, armarios y demás rincones, habitación por habitación.
Para cuidar de los animales
A la hora de bendecir la casa con el agua traída desde la iglesia, el establo adquiría en la mayoría de los casos un protagonismo especial, y con ello los animales. De la misma manera que se bendicen las habitaciones de las personas, se debe hacer lo mismo con los animales domésticos: los establos debían protegerse de enfermedades y malos espíritus. En muchos lugares se pedía al sacerdote del pueblo que bendijera los animales, y el sacerdote solía ir establo a establo, rezando y rociando los animales del caserío. Este era normalmente un ritual realizado una vez al año, pero también había situaciones especiales. Cuando algún animal estaba enfermo, por ejemplo, se le bendecía con agua bendita fuera de estos ciclos para que se curara.
Además, se ha constatado la utilización de otras simbologías cristianas para la protección de los animales en Ezkio. Cuando un caserío vendía una vaca, por ejemplo, le hacían una cruz en la espalda al sacarla del establo.
Para cuidar de la tierra
Si bendecían la casa, las habitaciones, los animales, la cuadra… lo mismo hacían con los terrenos del caserío. Cuando el sacerdote iba de caserío en caserío, también bendecía las tierras de la zona para cuidarlas y protegerlas de enfermedades, para que pudieran dar buenas cosechas. Los ramilletes de hinojo y espadaña bendecidos se colocaban posteriormente en el desván, dentro de la casa, como elementos de protección.
Para proteger a los enfermos
Ha sido habitual colocar en las habitaciones, junto al agua bendita, en la cabecera de la cama, una rama de laurel bendecida el Día de Ramos. También se echan algunas hojas de este laurel dentro del aguabenditera de la habitación del enfermo. Incluso con la rama y el agua bendita salpicaba al enfermo que debía tomar el viático para ahuyentar los malos espíritus o el diablo.
Rito fúnebre
Dentro del ritual tradicional fúnebre de los caseríos vascos, el agua bendita juega un papel importante en algunas prácticas. El agua bendita se utiliza en el momento en que la ama de casa, junto con otras mujeres, prepara al difunto para la noche: limpia el cadáver —el agua utilizada se hierve con las especies y se utiliza para limpiar todo el cuerpo—, se viste con las mejores ropas, se peina, se afeita, se tapan los ojos con unas gotas de cera, se cierra la mandíbula con un paño atado en la cabeza y se le cruzan las manos en el pecho. Se le coloca una cruz y un recipiente con agua bendita, junto con una hoja de laurel.
Al día siguiente se celebra el funeral. Para ello, por la mañana, los familiares cercanos se reúnen para frotar al difunto con agua bendita y ponerlo en el féretro, preparándolo para enterrarlo.


Apicultura: ahumador de abejas y colmena
El ahumador de abejas es una de las piezas de la colección del etnógrafo donostiarra Josu Tellabide, vendidas en 2015 a la Diputación Foral de Gipuzkoa. La pieza tiene su origen en el caserío Lukainkategi del barrio de Lugaritz (Donostia-San Sebastián, Gipuzkoa) y con ella, la colección también cuenta con otras piezas ligadas a la apicultura. En cuanto al funcionamiento del objeto, el fuelle da aire al recipiente de chapa de hierro en el que se ubica el combustible. De su extremo sale el humo que se utilizará para calmar a las abejas y hacerlas más dóciles cuando se quieran sacar los panales.
La colmena, por su parte, pertenece a la colección del etnógrafo Fermín Leizaola. También donostiarra, ha donado a la Diputación Foral de Gipuzkoa casi 5000 objetos, siendo la pieza expuesta perteneciente a esta colección. Se trata de una pieza realizada en Erratzu (Baztan, Navarra) y de hecho, no está terminada, ya que las colmenas en forma de cestas se cubrían con arcilla o estiércol a modo de aislante. Sin embargo, es un ejemplo perfecto para valorar el tiempo y el trabajo que dedicaban a la preparación de este tipo de panales, más aún sabiendo que después no se iba a apreciar el laborioso trabajo de cestería.
La importancia de la apicultura y su relación con el caserío
Las abejas son imprescindibles para mantener el equilibrio de nuestro entorno natural. Mediante la polinización se lleva a cabo la reproducción de la vegetación, convirtiéndose así en un factor indispensable para la supervivencia del ecosistema.
Estos insectos tienen una estrecha relación con el caserío, y muestra de ello es que hace décadas casi todos tenían colmenares en ellos. Colocados en el interior del caserío, bajo algún refugio, en la huerta o en la ladera del monte, se realizaban en diferentes materiales y formas, aunque las más frecuentes eran aquellas colmenas hechas en madera y tallos vegetales de diferente origen.
Entre los productos que producen las abejas, tradicionalmente han predominado dos en los caseríos vascos: la miel y la cera.
La miel: Cuando hablamos de la presencia de la miel en los caseríos vascos debemos tener en cuenta que el azúcar llegó a estos a partir del siglo XVII y que hasta entonces la miel era el principal endulzante disponible. Siempre ha sido muy apreciada y en el pasado también se le atribuían cualidades curativas y medicinales. Además de la miel, tradicionalmente el aguamiel o hidromiel también ha sido un producto conocido. Se trata de una bebida alcohólica fermentada elaborada a partir de la mezcla entre agua y miel.
La cera: Además de la miel, otro producto que era muy apreciado entre los habitantes del caserío (y sigue siéndolo) era la cera. En aquellos tiempos en los que los candiles y las velas eran la única forma de iluminación nocturna, la producción de cera era imprescindible. También se utilizaba para fabricar ungüentos y jabones, encerar muebles y suelos e impermeabilizar maderas y pieles. Además, también era esencial para la creación de una pieza relacionada con los ritos funerarios: la argizaiola. La argizaiola es una talla antropomorfa de madera, normalmente vinculada a la familia, la casa, los difuntos y su recuerdo, y su función simbólica es la transmisión del fuego doméstico, ya que se utilizaba para iluminar los ritos funerarios.
También cabe destacar el aspecto simbólico de las abejas, considerado un animal sagrado entre los vascos y vascas. Hay muchas tradiciones y creencias en torno a ellas, como la de comunicarles la muerte de algún familiar de la casa. Además de las abejas, existen documentados casos de notificación de fallecimiento a otros animales domésticos. Sin embargo, no es una costumbre muy practicada, ya que el resto de los animales no tienen el carácter simbólico ni práctico de las abejas (en la medida en que no hacen cera). De ahí que se considere a la abeja, en comparación con el resto de animales del caserío, como un animal de categoría superior, y de ahí viene la extraordinaria manera de dirigirse a ellas.
La evolución de la apicultura en el País Vasco y su situación actual
La abeja ha sufrido profundos cambios en su forma de explotación. Los panales tradicionales y sus técnicas de elaboración han sido sustituidos por otros más modernos, lo que ha alterado radicalmente la relación entre las zonas rurales y las abejas. Se han tenido que tomar medidas para hacer frente a los desafíos y peligros que comprometen la supervivencia de las colmenas, y poco a poco la apicultura se ha ido ampliando y modernizando.
Los profesionales y aficionados cuidan a las abejas con una información cada vez más profunda, pero, a pesar de ello, esto no ha conseguido mantener el vínculo que sobre todo los habitantes de zonas rurales mantuvieron con las abejas en el pasado. Técnicas tradicionales, utensilios, formas de trabajo, hábitos, creencias y hasta la terminología han desaparecido en pocas décadas, pudiendo decir que ha habido cierto desarraigo. Este desarraigo tiene su origen en la ruptura que se ha dado entre la sociedad y nuestra tradición, ya que lo que hace 70 años era una parte importante de nuestro patrimonio cultural hoy nos resulta extraño. Estas prácticas todavía son recordadas, vagamente, entre las generaciones más mayores, pero ya han desaparecido casi todas.

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Huevo falso y huevera
Por un lado, tenemos un huevo de cerámica falso esmaltado en blanco. Estos huevos falsos funcionaban como reclamo y solían tener una doble función: hacer que las gallinas perdieran la costumbre de picar los huevos; y habituarlas a que pusieran los huevos en el nido y no en lugares dispares.
Por otro lado, tenemos la huevera o cesta donde se recogen los huevos. Realizada con flejes de castaño entrelazados, tiene una base cuadrada y cuerpo de aspecto cilíndrico, con un asa a modo de arco. Para recoger los huevos, se colocaba heno en el fondo de la cesta, se colocaban encima los huevos en capas separadas por más heno, y finalmente se ponía una capa final de heno en la boca de la cesta. Este tipo de cestas también tenían tapa o cubierta, generalmente doble.
Gallineros y huevos falsos
En el País Vasco, la avicultura se practica desde hace décadas. Tradicionalmente ha sido extensiva, es decir, cada caserío tenía unas pocas aves orientadas al autoconsumo. En los caseríos, las gallinas han crecido en los gallineros o en la cuadra, junto al resto de animales domésticos y sueltas, con la posibilidad de salir al exterior durante el día y refugiarse en el establo por la noche, donde dormían sobre una estructura con forma de escalera.
En cuanto a los nidos, a menudo se preparaban reutilizando cestas viejas, se ponían a cierta altura del suelo y en ellas se colocaba un huevo falso a modo de reclamo. Podía tratarse de un huevo viejo o de uno falso. La mayoría de las veces era de madera, de yeso, de cerámica o de cal, y cumplía un doble objetivo: por un lado, hacer que las gallinas pusieran siempre los huevos en el mismo sitio, y por otro, evitar que las aves picaran los huevos.
¿Cómo se preparaban los huevos?
Como se hace actualmente, los huevos se consumían solos o acompañados de otros alimentos. Sin embargo, también había costumbre de comerlos crudos, especialmente para reponerse después del parto o después de haber pasado alguna enfermedad. Las personas de poco apetito también solían comerlos crudos, mezclándolos con leche. Para ello, perforaban un lado del huevo y aspiraban el interior.
En cuanto a las formas de cocinar, la mayoría no difieren de las técnicas que utilizamos en la actualidad: huevos fritos, huevos cocidos (pasados por agua, hervidos o cocidos), huevos revueltos, tortillas, huevos rellenos, huevos al horno, etc. también se usaban para rebozar otros alimentos y para la elaboración de postres.
Métodos de conservación
Hubo un tiempo durante la temporada de puesta de las gallinas en que los huevos se ponían en conserva para tener reservas en tiempo de descanso. En varios lugares, sin embargo, no hubo costumbre de conservarlos, ya que el excedente se vendía.
Normalmente estas conservas se hacían en primavera y verano, en mayo o junio, cuando la producción era grande. Se conservaban en cal o sal, además de las excepciones que comentaremos más adelante.
La raza autóctona: euskal oiloa
En la década de 1970, a la vista de la amenaza que suponían las variedades híbridas y comerciales para las variedades tradicionales vascas, se iniciaron los esfuerzos para recuperar la gallina autóctona vasca. Se tomaron varios modelos de gallinas rurales autóctonas que todavía conservaban unos pocos caseríos, y a partir de la incubación de sus huevos se dio lugar a una nueva raza, la cual es una muestra de lo que siempre hubo en los caseríos. Es ideal para carne y huevos, siendo éstos de cáscara oscura y tamaño medio.
Dentro de la raza euskal oiloa podemos encontrar cinco variedades, diferenciadas entre sí por su plumaje: Beltza, Gorria, Lepasoila, Marraduna y Zilarra.
Rueca y huso
Hasta comienzos del siglo XX, ambas herramientas tuvieron una gran presencia en el día a día de las mujeres de los caseríos, ya que se utilizaban en el proceso de hilado de fibras naturales empleadas para coser y tejer telas, usando para ello el lino, el cáñamo o la lana.
En cuanto a la rueca, se puede observar que está formada por un palo de madera que tiene en su extremo un espacio para colocar los copos de fibras. Para su sujeción se podía utilizar un enrocador cosido con cartones y telas, que en nuestro caso tiene vivos colores como el rojo, el amarillo y el marrón. Aunque no sabemos a qué época pertenece, sabemos que llegó a Gordailua desde Salaberri Baserria (Aniz, Baztan, Navarra) y que actualmente forma parte de la colección reunida por el grupo Goruzaleok.
El huso, por su parte, tiene origen guipuzcoano, Errenteria, y pertenece a la misma colección de Goruzaleok. Se trata de un palo de madera largo y cilíndrico, que se afila en uno de sus extremos y lleva una pieza de contrapeso o tope en el otro lado (normalmente la parte más gruesa, la inferior).

¿Cómo y para qué se usan?
El objetivo de ambas herramientas es convertir las fibras naturales en un único hilo manejable. Para ello se deben preparar previamente dichas fibras, y una vez cardadas se puede empezar a hilar el hilo. Como se ha comentado anteriormente, en estas herramientas se puede utilizar tanto lino como lana, aunque las técnicas utilizadas con cada una de ellas difieren.
La rueca se agarra con la mano izquierda o se coloca sobre la cintura y con la ayuda de la mano derecha la hilandera irá sacando pequeñas hebras. Humedecerá sus dedos con saliva y según vaya sacando las hebras de hilo las irá enroscando poco a poco, usando el dedo gordo y el pulgar. Al mismo tiempo, este hilo inicial se atará a la base del huso y al girarlo, las fibras del lino o de la lana se irán enroscando en él. La hilandera irá dándole vueltas al huso con su mano derecha y gradualmente el hilo formado se enroscará a su alrededor.
En el caso del lino, una vez obtenido el hilo, se hacían madejas que tenían que ser lavadas con agua caliente y cenizas. El último paso consistía en realizar ovillos para su posterior utilización en telares. Con el hilo de lana también se fabricaban madejas que, teñidas o de forma natural, se utilizaban en los telares.
¿Quién se encargaba de hilar y tejer?
Tras el trabajo relacionado con el uso y manejo del lino nos encontramos con la figura de la mujer. El vínculo al trabajo y negocio de esta planta brindó en su día gran libertad y reconocimiento social a muchas mujeres solteras: mujeres encargadas de obtener la semilla del lino, de sembrarlo, de cuidarlo, de recoger la cosecha, de hilar sus fibras y de fabricar las telas.
Para la labor de hilar, normalmente las mujeres se reunían en la cocina de sus casas, en el vestíbulo o en el desván: se solían reunir en grupo, pero cada una llevaba sus propias herramientas y se encargaba de hilar su propio hilo. Se reunían durante los atardeceres del invierno, aprovechando el tiempo que les quedaba una vez finalizaban las demás obligaciones domésticas. También era un pretexto donde las mujeres podían socializar con sus vecinas, convirtiéndose así en uno de los elementos que marcaba la vida social de los barrios o pueblos rurales.
Las familias más adineradas utilizaban lienzos y prendas importadas, pero los campesinos tenían que prepararlas ellos mismos, con lino o lana. Las niñas de los caseríos eran instruidas en la labor de tejer desde muy jóvenes: eran sus madres y abuelas quienes les transmitían todo el conocimiento necesario para poder desenvolverse y empezar a aprender la tarea. De ahí en adelante, esta actividad la realizarían durante toda su vida.
La lana, en cambio, era un material que en muchos lugares trabajaban los hombres, especialmente los pastores, durante el largo tiempo que tenían mientras cuidaban del rebaño. Estos sólo se servían del huso para hilar la lana, sin necesidad de utilizar la rueca.
Estos instrumentos se utilizaron en los caseríos de Gipuzkoa hasta mediados del siglo XIX y comienzos del XX. Poco a poco, sin embargo, las innovaciones de la Revolución Industrial comenzaron a tener influencia y pese a que hasta entonces se habían mantenido las técnicas tradicionales, las mujeres empezaron a abandonar la fabricación de lino y lana, favoreciendo la importación de telas de algodón.
¿Qué tipo de prendas se hacían con lino y lana?
En los caseríos, las telas más comunes eran aquellas hechas con lino. Las prendas de vestir, las sábanas y cortinas de las habitaciones y los trapos para la cocina, entre muchos otros, eran parte de lo que se denomina ajuar doméstico. También se usaba lana, aunque en menor medida.
Cada mujer creaba a lo largo de su vida todas las telas necesarias para completar el ajuar doméstico, así como para el ajuar litúrgico. Dentro de éste se podían encontrar los lienzos que se utilizaban en la iglesia durante la celebración de los funerales y, sobre todo, los sudarios o telas que se utilizaban para envolver el cadáver antes de su sepultura. Tanto el ajuar doméstico como el litúrgico son muestra de la presencia del lino a lo largo de la vida de las mujeres, partiendo desde la infancia hasta su muerte, atravesando de por medio los ritos matrimoniales.
Además de los sudarios, fue otra prenda de lino la que marcó el mercado y la sociedad de aquella época: la beatilla. Dentro de la sociedad vasca, varias mujeres tenían la obligación de llevar la cabeza cubierta por una tela, costumbre que poco a poco se fue extendiendo a otros territorios de la península. Por su aspecto de cuerno, el uso y comercio de las beatillas provocó, no pocas veces, enfrentamientos con la Iglesia debido a su supuesta simbología fálica. No obstante, la confección y sobre todo el comercio de estas prendas otorgó en muchas ocasiones cierto estatus y libertad a las mujeres que a ello se dedicaban.
Asador de castañas
A partir de este objeto nos adentraremos en la alimentación de la época y en la presencia de la castaña en la misma.
Presentación de la pieza
Se trata de un tamboril para asar castañas y forma parte de la colección de Xabi Otero. Tiene su origen en Gastonborda (Erratzu, Navarra) y está hecho de hierro. A primera vista parece que el tamboril no tiene nada extraordinario: está formado por un cuerpo cilíndrico agujereado con bases planas y una pequeña puerta. También tiene un asa por donde colgar el tambor desde el llar sobre el fuego y un mango al cual darle vueltas para que las castañas se asen de manera homogénea. No obstante, si agudizamos la mirada podremos observar que para la elaboración de una de las bases reutilizaron una antigua lata donde figura el escrito “ENVASE.PROPIEDAD.DE“.
La importancia de la castaña en la alimentación vasca
Durante los fríos inviernos del País Vasco en los que los alimentos escaseaban en los caseríos, la castaña logró mitigar las hambrunas. Asada o cocida, la castaña fue una de las bases de la dieta, junto a otros alimentos como el mijo, las habas o las manzanas.
Las castañas se solían comer o bien cocidas, o bien asadas, aunque también podían ingerirse crudas o deshidratadas (pilongas). Para cocerlas, se hacían en agua y sal o en leche. Para asarlas, en cambio, se les hacía un corte para evitar que explotasen. Para ello, se podía hacer uso de una especie de sartén con agujeros, pero ya a partir del siglo XVIII esta sartén fue sustituida por el objeto que hoy queremos destacar: el tamboril.
Su aparición no es casualidad, ya que coincide con el momento en el que se da la comercialización de la castaña.
Otros usos
Además de su uso en la alimentación, la madera del castaño también ha sido muy apreciada por su durabilidad y resistencia. Así, se ha destinado tanto para la construcción de edificios como para la elaboración de aperos y muebles de todo tipo. La madera, junto a los erizos y ramas sobrantes, también se han empleado como combustible para el fuego.
Otros de los productos importantes que se han extraído del castaño es el tanino. Esta sustancia se usaba en el proceso de curtir las pieles y las dotaba de mayor resistencia. Asimismo, en los pueblos costeros, también se usaba para evitar que las cuerdas de los barcos y las redes de pesca se pudrieran.
Además de todos los usos mencionados, a las castañas también se le han atribuido propiedades mágicas. Cuando las chicas iban al baile solían llevar colgado del cuello un trozo de carbón de madera de castaño como protección contra el mal de ojo. La importancia que tuvo en el pasado nos llega hoy en día mediante la cultura popular, tanto que podemos escucharla en el conocido villancico Ator Ator, o podemos disfrutar del Kastañarre Eguna.
Recogida y almacenamiento de castañas
A finales de septiembre y durante el mes de octubre se vareaban los castaños para que las castañas cayeran al suelo y así recogerlas. En algunas localidades las traían directamente a casa, pero en muchas otras las metían en cercos de piedra denominados ericeras.
Dependiendo de las necesidades de consumo doméstico o de venta, abrían las castañas allí mismo para quitarles el erizo y el fruto se trasladaba a casa. Cuando las necesidades domésticas quedaban cubiertas, el excedente de castañas era vendido en los mercados próximos o incluso se exportaba a otros países del extranjero, fenómeno común desde mediados del siglo XVIII hasta comienzos del XIX.
Declive y últimos años
Como se ha visto, la castaña disfrutó de gran protagonismo en el día a día de los caseríos vascos, pero hubo varios factores que provocaron su pérdida o declive. Por un lado, la entrada de nuevos alimentos provenientes del continente americano ocasionaron la reducción en el consumo de la castaña. Por otro lado, encontramos la enfermedad de la tinta, cuya aparición a finales del siglo XIX provocó el retroceso de la mayor parte de los castañales del País Vasco.









